Por Ántero Flores-Aráoz
Los golpes de Estado, esto es la salida abrupta y anticipada de un Gobierno legítimo elegido por el pueblo y/o del Paramento, por muchísimo tiempo se caracterizaron por su dureza, normalmente ejecutados por militares quienes usaron indebidamente las armas que les entregó la Nación.
Esos golpes, en que se sustituía a los gobernantes legítimos por quienes usurparon el poder, estaban definidos por abusos de todo tipo, como encarcelamientos extra judiciales, detenciones arbitrarias, intercepción ilegal de comunicaciones, allanamiento de domicilios sin autorización judicial y hasta destierro de muchas personas de las esferas políticas o supuestamente vinculadas a ellas. Ejemplo de dichos golpes fueron los de Manel A. Odría y de Juan Velasco Alvarado, aunque este último con menor nivel de dureza que el primero.
Puedo contarles que en 1948, teniendo seis años, fui testigo que llegaron a mi casa en la Avenida España en el Cercado de Lima, en la noche, los llamados coloquialmente “soplones”, que eran miembros de la policía de investigaciones y, luego de mover muebles, revisar cajones, tasajear sofás y hasta colchones, se llevaron a mi papá preso. El delito, pues simplemente haber hecho un comentario trivial en el Café Romano de la Plaza San Martin, en que su contertulio, de cuyo nombre prefiero no acordarme por su traicionera cobardía, lo comunicó al Director de Gobierno de aquel entonces, Alejandro Esparza Zañartu, quien ordenó la detención e incomunicación que duró más de un mes. Algo peor aún aconteció en la familia de la hoy mi esposa, en que su abuelo Ignacio Brandariz fue encarcelado y después desterrado y su papá Luis Rafael Cedrón Campos, botado del trabajo y perseguido.
Con el correr del tiempo los golpes de Estado fueron de menos violencia, pero golpes al fin, quizás blandos porque no hubieron desaparecidos ni se empleó exageradamente la fuerza y, con la singularidad que eran perpetrados desde el propio poder gubernamental, elegido democráticamente pero que deseaba perpetuarse en el mando de la Nación. Ejemplo de este tipo de golpe, fue el de Alberto Fujimori, al que algunos con ingenuidad candorosa llamaban “interrupción del régimen democrático” para dulcificar la situación.
Hay también otro tipo de golpes blandos, en que desde la autoridad y empleando mañosamente la normatividad legal y constitucional, se pretende disolver al Congreso o este vacar o destituir al Presidente de la República.
Los golpes de Estado, sean duros o blandos, igual atentan contra el sistema democrático y cuando terminan, pues como dice el refrán “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, los autores y sus cómplices serán sometidos a la Justicia con las graves consecuencias que ello implica y, sin olvidar que los ministros también son responsables de los actos ilegales que refrenden al Presidente de la República. Es bueno recordar actos de dignidad, que algunas veces se visualizan en los golpes de Estado, como el del Presidente del Consejo de Ministros de Alberto Fujimori, esto es Alfonso de Los Heros Pérez-Albela, que renunció en el acto
Como quiera que usualmente los golpes de Estado, duros o blandos, han contado con la complacencia, cuando no la acción de sectores militares y policiales, ellos ya están curados de espanto pues saben las consecuencias, que podrán ser cercanas o lejanas, pero que sin duda alguna les pasarán factura.
Los gobernantes de facto y los que perdieron legitimidad, también conocen que, para conseguir respaldo financiero para las obras de su gestión, requieren créditos de la banca multi y supra nacional, la que tiene muy en claro que, para dar espalda financiera, los gobiernos deben cumplir con estándares democráticos, de Derechos Humanos y medio ambientales. Como vemos no la tendrían fácil.