Si hacemos un símil a la necesidad que exista la ansiada justicia y equidad en lo político, .y más aún en las circunstancias actuales-, se hace imperioso que esto se extienda también a todas las áreas del accionar humano, donde lo tributario no puede excluirse.
Un cambio en las reglas fiscales entonces se hace imperioso, con una Reforma que determine la ansiada simplificación de los tributos y un real respeto a la capacidad contributiva de las personas.
Que los tributos se sientan que se nos devuelve a todos, a través de obras y servicios públicos, y que no se mantenga esa idea nefasta de que sólo sirven para pagar corruptelas y ensanchar al mastodonte público y sus gastos innecesarios. Tema que naturalmente determina que muchos prefieran pasar a la informalidad y dejar de pagar sus obligaciones tributarias. ¿Para qué soy formal si por ejemplo viene la SUNAT y con una multa me mata? – dirán muchas voces exaltadas.
La cultura de la protesta pacífica y fundamentada, debidamente motivada, debe pasar también al tamiz de lo impositivo y que todo no quede en simples promesas (ya van años que los especialistas hablan y hablan de lo mismo).
A través de estas líneas, va el recuerdo de que el Estado debe cobrar sólo en caso de una real capacidad contributiva, evitar confiscaciones, eliminar normas que sólo favorecen una recaudación y que no son lógicas ni muchos menos acordes a la realidad de un equilibrado balance entre lo que se debe cobrar y el solidario deber de contribuir.
Basta de aplicar impuestos anti-técnicos como el ITAN, o normas dictadas por entes foráneos como la OCDE solo para obtener réditos mundiales en detrimento de los sujetos pasivos nacionales (como la sub-capitalización), o anunciar medidas fiscales espanta-inversiones (como los impuestos patrimoniales).
El cambio debe ser para ayer. Un símil entonces a lo político y al querer un equilibrio de poderes sustentado en la equidad permanente.
Pero un cambio de rumbo fiscal con ideas creativas, novedosas, pisando tierra, y sin violencias de ningún tipo, donde una de ellas es la violencia mental y legislativa, que finalmente, al ser tributaria, genera –si es mal aplicada- más pobreza y una cultura enquistada en el no pago.
Que este símil llegue a buen puerto y pronto.