Fuente : Diario Uno
Empezamos julio, el mes de la patria, en que las banderas rojiblancas lamentablemente, están siendo cambiadas hace mucho por las blanquinegras, del hambre y el luto que agobia a miles de humildes familias en el Perú de estos días.
Casi 300 mil contagiados del virus letal y más de 10 mil muertos, que nos ubican entre el sexto y quinto lugar en el mundo, en un record jamás deseado, han convertido el mes de la celebración nacional en uno que parece de Semana Santa en el que miles de ciudadanos sufren a diario el drama de un multitudinario Gólgota urbano, cargando la pesada cruz del hacinamiento en combis, calles y emporios comerciales, recibiendo implacables azotes de descarga viral a cada paso y llevando las heridas del contagio a sus casas.
A estas aturas ya se sabe que la cifra oficial de muertos pertenece a los diagnosticados oficialmente por Covid-19, pero que, con las no confirmadas, más las causadas por otros males que obran en del Sistema Nacional de Defunciones (Sinadef), arrojaría la tenebrosa cifra de 36 mil fallecidos; la más grande de nuestra historia republicana por razones sanitarias.
En este dantesco escenario es cierto que no hay nada que celebrar con jolgorio, jarana y cajón, y sí mucho de qué preocuparnos, porque ya todos los hospitales y centros de salud pública están colapsados. Es el cuadro trágico que pintó hace un par de meses el ministro Zamora de que “unos morirán en los hospitales, otros en las calles y otros en sus casas”. Mucha gente prefiere lo último, antes de hacerlo en los gélidos pasillos de un hospital y sin despedirse de sus seres más queridos; en la expresión casi suprema de amor estoico que nos distingue como peruanos.
Por angustiosas razones económicas la cuarentena ha ido levantada formalmente desde el primero de este mes, pese a que según la Organización Panamericana de la Salud (OPS) la meseta de contagios recién alcanzaría su pico en agosto; pero no solo de virus se enferma o muere la gente, también de hambre, y al menos esto es lo que se pretende evitar.
PAGAMOS DEUDAS AJENAS
Pero también aprovecharse por parte de los que tienen el poder económico en nuestro país. ¿Han escuchado pronunciarse a la Confiep o cualquier otro gremio empresarial por siquiera dar horarios escalonados a los trabajadores, para evitar aglomeraciones del transporte en las horas punta? ¿Alguien se ha preocupado por ese vil alargamiento de la jornada de trabajo, al tener que madrugar desde la 3 de la mañana para hacer largas colas en los paraderos y encima viajar apretujados, con lo fatal que esto significa?
No pues, hay que trabajar, sacar adelante el país, lo cual nos parece estupendo y todos ponemos el hombro porque así sea; pero el trabajo requiere condiciones elementales de salubridad y transporte, al menos. Sin embargo, hasta el presidente Martín Vizcarra ha remarcado en que es hora de trabajar, porque que ya se descansó bastante (como si la cuarentena con hambre hubiera sido un paraíso), por lo cual ha suspendido los feriados del 27 y 29 de julio, sin prever aún cómo habrá evolucionado la meseta en esos días, ya que hasta la OMS ha advertido que el reinicio de actividades económicas genera desbordantes rebrotes.
Esperemos que no se vea obligado a rectificarse, como antes lo hizo con las mascarillas, guantes, caretas, salidas por género y otros que terminaron costando un irresponsable aumento del número de contagios.
Nos gustaría que esa firmeza que le pone al cargar el peso de la reactivación económica en los trabajadores, lo exprese también señalando, al menos, el origen estructural de nuestros males republicanos, que explican la tragedia de salud que ahora vivimos, y que se pierden en la noche de 200 años de vida republicana, porque eso permitiría saber lo que corresponde hacer para evitarlos a futuro.
Debería decir, por ejemplo, que el espíritu de sumisión al poder colonial lo plasmaron en nuestra partida de nacimiento a la Independencia, los que ésta refrendaron, ya que, por increíble que parezca, en ella asumimos la deuda contraída por el gobierno español hasta entonces; de manera similar (y salvando las distancias, por supuesto) en que ahora, mediante el programa Reactiva Perú, asumimos la reactivación de las grandes empresas privadas otorgándoles 30 mil millones de soles de todos los peruanos, mientras que a dos cuadras de Palacio de Gobierno los mendigos duermen ateriéndose de hambre y frio en la calle.